En dos artículos anteriores esbocé algunos de los problemas que un nuevo gobierno tendría que solucionar. Recomendé que se comenzarán a analizar desde ahora a fin de tener planes concretos para cada uno de ellos, aprobados por la mayoría de las fuerzas vivas del país.
Lo anterior es importante por que el verdadero problema que enfrentará un próximo gobierno será el de la gobernabilidad. De no contarse, a priori, con un plan nacional, estructurado con prioridades y soluciones, los recursos del país serán vistos como una gran piñata a la cual todos tendrán derecho a acceder por la fuerza o por darles el primer “palo”.
Es probable que las instituciones del país no se hayan dado cuenta de lo menguada que es su posición actual. Pero si se dan cuenta y quisieran acelerar su recuperación, sin insertarse en un plan de desarrollo nacional coherente, correrán el riesgo de contribuir a una anarquía que hoy está arropada bajo el sueño frágil del conformismo.
La sociedad, dentro de un próximo gobierno, corre el riesgo de continuar en el estado de inmovilismo actual o de precipitarse sin rumbo a un rescate imposible de su antiguo esplendor. En ambos casos, el país será ingobernable. Diez años de sumisión pueden desatar todo tipo de demonios y la visibilidad de un fracaso del régimen, que contó con recursos y apoyo popular, puede implantar en la mente colectiva la convicción de que el país es ingobernable y, por lo tanto, el mejor camino es el de “sálvese quien pueda”. Si no administramos con inteligencia, desde ahora, la transición a un próximo gobierno, visualizo organizaciones empresariales y sindicales, hoy silenciadas y pasivas, en la calle tratando de obtener de inmediato lo que perdieron durante diez años. El trabajador querrá mejores salarios. El empresario mejores ganancias. Los partidos políticos mayor poder. Las organizaciones de la sociedad civil mayor participación. La educación y la salud mayores recursos. Los jubilados mejores pensiones. Los analistas políticos, a través de los medios de comunicación, se darán un banquete destacando la ineficiencia y debilidad del nuevo gobierno y, en algún lugar del planeta, los enriquecidos corruptos del régimen actual celebrarán y planificarán gozosos su triunfal retorno. Bajo un escenario como el descrito, el chavismo obtendrá lo que nunca tuvo: el reconocimiento nacional de ser el único movimiento político capaz de controlar los instintos anarquistas de nuestra sociedad.
No es poco, pues, lo que está en juego y no podemos, continuar ocupándonos, y ni siquiera bien, solo de ganar elecciones sin pensar en el país que vamos a heredar.
En nuestra historia moderna no ha habido un cambio político más potencialmente traumático que el que enfrentamos hoy. Mientras más avanzamos en el tiempo más se requiere de instituciones fuertes. Los pesos y contrapesos del sistema democrático dependen de ellas. El mundo moderno ha enterrado a las improvisaciones como instrumento de progreso. La planificación estratégica es el arma para conquistar el futuro. Los viejos dichos de “amanecerá y veremos” o “en el camino se enderezan las cargas” solo sirven como intentos frustrados para explicar la imprevisión.
Hay que desarrollar, de inmediato, mecanismos para estudiar y prepararnos para el día “Después de Chávez”.
Ojalá que el inmediatismo no nos deje en la posición de Alicia (El País de las Maravillas) cuando al llegar a una bifurcación del camino le preguntó al gato “¿Por cual camino sigo?” El gato le respondió “¿A dónde quieres ir?” Alicia dijo “¡No se!” Pues entonces, ripostó el gato, “no importa cual camino escojas”.
¿Estamos?