Se entiende que en países como
la Cuba actual después de 50 años de represión, intolerancia, confiscación de
todo lo privado y “escasez” con tarjeta de racionamiento, cualquier gesto del
régimen que aparezca como una apertura hacia algo diferente sea aceptado con
alegría. Como por ejemplo, “permitir” algunas actividades comerciales de sus
ciudadanos y con, algunas restricciones, darle el derecho de propiedad de sus
viviendas. Algo que para la Cuba pre-revolución era lo más natural del mundo.
En todo caso, lo que sorprende es que una sociedad cubana como la de antes se
adaptó al nuevo régimen. La perla de las Antillas, sitio preferido de turistas
e inversionistas. De una clase media culta y educada, que al emigrar fue fuente
de desarrollo y crecimiento de otras latitudes.
El caso Venezuela es otro. Veníamos
de 40 años de democracia y libertad cuando llegó al poder este régimen. Poco a
poco se han ido entregando principios inalienables que eran el sustento de
nuestra sociedad democrática. Aprobamos una nueva Carta Magna incumplible y
como tal nos acostumbramos a sus violaciones. Nos confiscaron propiedades del
agro y del sector urbano y lo aceptamos. Con el barril de petróleo a %100 y
hasta más, aceptamos que se regalara nuestro dinero a países, unos maulas,
otros de condición económica precaria para captar su apoyo en esferas
internacionales y su silencio cómplice. Los culpables somos todos. Unos por
entrarle a sangre y fuego, “rodilla en tierra”, al tesoro nacional y otros por
acostumbrase a que le violen a diario sus derechos, a que los insulten, los
priven, sin razones, de su libertad, les impidan el derecho a protestar
pacíficamente, que les provoquen escasez de alimentos básicos, de medicinas, de
atención adecuada en los hospitales públicos y hasta en las clínicas privadas.
Que condene al sector más pobre del país a permanecer en esa condición al
eliminar fuentes de trabajo y despilfarrar y robarse los dineros que
financiaban subsidios que, por su naturaleza, no podían ser sino temporales.
Vaciada la caja lo que queda es escasez, hambre, enfermedades y pérdida de
calidad de vida.
No es posible ni aceptable que
una sociedad como la nuestra que tenía una clase media fuerte con una calidad
de vida que era la envidia de otras naciones, acepte esta situación. El
problema era que al lado del desarrollo urbano y de la modernidad visible había
un elevado porcentaje de pobreza. El cambio era necesario y por eso un militar
que le dijo a los excluidos del sistema lo que necesitan oír llegó a la
presidencia de la República. Lástima que no aprovechó la coyuntura favorable
que le deparó el destino: altos precios del petróleo y apoyo popular
irrestricto. El reto era lograr un desarrollo económico con inclusión del
sector más pobre. Para ello se requería una política que logrará que todos los venezolanos
se sumarán a un mismo esfuerzo. Por el contrario, el régimen creó una nueva
exclusión, precisamente la del sector productivo nacional. Paulatinamente tomó
cuerpo el objetivo de destrucción nacional que ya triunfante ha cambiado hasta los
temas de conversación que antes llenaban nuestra vida social. Comentábamos una
película, una obra de teatro, el desempeño de un Omar Vizquel en las grandes
ligas, el mundial de futbol, la última novela de nuestro autor favorito, las
amas de casa se intercambiaban recetas culinarias, los restaurantes de Caracas
tenían fama continental. Los precios del petróleo subían y bajaban, los
gobiernos cambiaban y como reza el dicho “éramos felices y no lo sabíamos”. Hoy
el tema de conversación es dónde se consigue azúcar, harina y otros y este
cambio cultural, nos parece normal. Nos alegramos cuando después de mucho
trajín conseguimos la medicina o el alimento que antes estaba a nuestra
disposición en cualquier establecimiento.
Nos estamos acostumbrando a un
nivel de vida que no lo merecemos. Si seguimos esperando por una solución
mágica terminaremos como en Cuba. Ya tenemos una generación que no ha conocido
otra cosa que el chavismo. Si ésta toma el poder no tendremos ni memoria de lo
que una vez fuimos.
quiroscorradi@gmail.com