Entre mediados de los años 70
y 80 del siglo pasado, Ramón Cornieles fue fuente inagotable de cuentos y
anécdotas que había leído en alguna parte y que luego nos comentaba. Después lo
convertí en artículos que publicaba El Nacional.
De esas conversaciones con
Cornieles, surgieron dos artículos que más que cualquier currículo detallado
destacan las dos virtudes que le han permitido, a sus 90 años, recién cumplidos
exhibir una hoja de vida en la industria petrolera y en la petroquímica que
permiten incluirlo entre los mejores gerentes petroleros de nuestra historia.
Todavía sus notas en internet, sus consejos y su visión sobre el futuro y
pasado de la industria petrolera, son referencias obligadas.
Su primera virtud es el
optimismo que lo lleva a pensar que los más difíciles problemas pueden
solucionarse. A veces es cuestión de tiempo, paciencia y saber “leer” los
diferentes escenarios o alternativas que pueden llevar a su solución. Esta
virtud puede ilustrarse en un cuento que alguna vez nos comentó y que reflejamos
en un artículo que escribí titulado “El caballo volador”. Dos prisioneros en la
antigua Persia habían sido condenados a muerte. Uno de los dos se comportaba
como si estuviera feliz ante su inminente muerte. El otro prisionero le
preguntó ¿tú no estás preocupado por tu situación? No, le contestó el otro, el Sultán
tiene un caballo por el cual siente un especial afecto. El caso es que le he
prometido al Sultán que en 2 años puedo enseñar a volar a su caballo y él me ha
concedido la libertad si tengo éxito en la tarea. Pero ¿tú estás loco?, exclamó
su compañero. ¿Cómo vas a enseñar un caballo a volar? Oye bien, respondió el
primero, en estos 2 años se puede morir el Sultán. Se puede morir el caballo.
Me puedo morir yo y si nada de esto sucede, quién quita que yo pueda enseñar a
volar al caballo.
La conclusión es que lo único
que no tiene solución es la muerte. Seguramente el prisionero aplicó en la
práctica el viejo dicho “todos queremos ir al cielo pero no todavía”.
La segunda anécdota resalta
otra virtud y es que no necesariamente hay que creer que la opinión de la mayoría
tenga la razón, por muy certificada que esté. El artículo que resultó de esa
aseveración fue “El cigarrón no puede volar”. Todos los animales del planeta se
reunieron para establecer lo que cada uno de ellos podía hacer con su
estructura física. Así algunos podrían correr a gran velocidad. Otros podían
subsistir dentro de ríos y océanos. Otros podían volar. Hecho un análisis
complejo de la composición química y morfológica el conclave concluyó que “El
Cigarrón no podía volar”. Pero vuela. Los juicios colectivos por muy educados
que sean pueden llegar a conclusiones erróneas y cada individualidad tiene
capacidades que muchos no ven, como tampoco ven los desastres ecológicos que
produce el abandono y la incultura. Algo que reflejamos hace poco en el
artículo “El General no ve el gamelote”
Ramón siempre observó la
diferencia entre el cuido y el abandono. Fue y es un abanderado del
mantenimiento efectivo de lo que se tiene. Lector voraz, está al día con los
nuevos descubrimientos, no solo en lo relacionado con la industria petrolera,
sino con otras múltiples disciplinas.
Con el tiempo Cornieles se
convirtió en una rara especie: el gerente-humanista. Demostró con el ejemplo
que no hay incompatibilidad en saber mandar y saber obedecer y entender cómo se
siente un jefe o un subordinado. Por eso, a sus 90 años ha recibido numerosos
reconocimientos de sus compañeros de trabajo y de muchos para quienes es solo
una referencia.
Lo único que lamento al
celebrar sus éxitos es que será muy difícil que, dentro de la industria
petrolera actual, corrupta e irresponsable, surja desde abajo otro Ramón
Cornieles. Más que difícil sería un milagro porque un entorno negativo, por lo general,
atenta contra toda capacidad de desarrollo intelectual.
quiroscorradi@gmail.com