En una de sus interminables peroratas dominicales el Presidente Chávez confesó, como una gracia, que el había provocado a la industria petrolera para que se sumara al paro general en pleno desarrollo. Recordarán los lectores que el detonante que movilizó a los trabajadores petroleros fue una inesperada agresión (planificada por Chávez, por propia admisión) de la Guardia Nacional contra una pequeña manifestación ante el edificio de la antigua Maraven en Chuao. Esa fue la gota que colmó el vaso de la paciencia de los petroleros. Lo que siguió, incluyendo el despido de 20.000 trabajadores, es historia conocida. Chávez explicó el porqué de lo hecho: “Esto fue para eliminar a los saboteadores, enemigos de la revolución y para someter a PDVSA al Poder Ejecutivo”. No lo dijo exactamente con esas palabras pero así lo dio a entender. Luego vinieron las promesas de una mejor PDVSA. Su mentirosa identificación con las necesidades del pueblo, convertida en la caja chica del gobierno. Como la propaganda oficial presenta a una PDVSA responsable de un supuesto bienestar ciudadano, la apuesta del gobierno es que la mayoría se olvidará del crimen cometido con 20.000 personas, de la destrucción de la empresa y hasta agradecerá el nuevo enfoque.
En las autocracias se corre el peligro de que la ciudadanía se acostumbre a los excesos del régimen. Peor aún, a la perdida progresiva de su calidad de vida. Pero este acostumbrarse no sucede de golpe, es parte de un proceso de estira y encoge que consiste en imponer pesadas cargas a los ciudadanos y cometer todo tipo de violaciones de los derechos humanos. Luego se reduce la presión o se hacen ciertos gestos que se interpretarán como un cambio de dirección de algunas políticas que atentan contra libertades como la personal y la de expresión. Algunos ejemplos: se cierra RCTV, pero se “permite” a Globovisión que continúe al aire. Comentario popular: “la vaina no es tan grave”. La actual crisis eléctrica, responsabilidad total del régimen, pudiera resultar que en algunas ciudades como Puerto La Cruz, en vez de cortar el servicio por 6 horas al día, se restrinja a sólo 4 horas. El comentario popular: “la cosa ha mejorado”. Se encarcela a Oswaldo Álvarez Paz y se trasladan a los comisarios, sin avisarle a sus abogados, a una encerrona judicial para, cuanto antes, dictarles sentencia firme. Pero se le concede libertad condicional a Richard Blanco. Comentario popular: “menos mal que el gobierno dio marcha atrás”.
Hay otros ejemplos, sin embargo, ninguno de estos “gestos” del régimen representan un cambio de conducta. Por el contrario, es la anestesia aplicada después de efectuada la intervención quirúrgica, en vivo y con dolor.
Ni porque Globovisión continúe abierta. Ni porque en Caracas no haya, todavía, restricción grave del suministro eléctrico. Ni porque Richard Blanco esté en libertad, nada de eso nos debe hacer cambiar nuestra correcta visión de un régimen represivo, corrupto e ineficiente que lo único que puede exhibir como presuntos logros son algunos correctivos de casos que no han debido suceder. Me alegro que Richard Blanco esté en libertad aunque con injustas restricciones, pero lo que no podemos olvidar es que nunca ha debido estar preso, como tampoco lo deben estar los otros detenidos por razones políticas.
No nos acostumbremos a la perdida progresiva de nuestras libertades y calidad de vida por la estrategia de estira y encoge del régimen. Lo que hay que entender es que la “revolución” siempre encoge más de lo que estira.