En los tabuladores de cargos de los primeros contratos colectivos de la industria petrolera concesionaria existía la figura del “todero”, entendiéndose como tal al obrero al cual se le podía exigir cualquier tipo de trabajo, desde barrer una oficina hasta ayudar a reparar un motor. Tanto la gerencia como los sindicatos comprendieron la ineficiencia de esta clasificación que cada día le improvisaba una tarea diferente al trabajador. Así nacieron los obreros especializados, lo que aumentó el monto de sus salarios y la productividad de la empresa.
En una mayor dimensión, hace bastantes años, en Japón se creó la figura de las empresas “satélites”. El concepto era que una grande y compleja compañía no podía ocuparse internamente de ejecutar eficientemente todas las tareas que requería para funcionar de manera óptima. Se crearon grandes centros de coordinación operativa (las empresas) rodeados de pequeños núcleos de compañías especializadas en alguna actividad: transporte, arquitectura, ingeniería, construcción, mantenimiento, talleres mecánicos, etcétera.
La industria petrolera de Venezuela en sus orígenes, dado lo alejado que estaba la explotación de los centros poblados, tuvo que incorporar en sus campamentos, y administrar directamente, los servicios propios de una comunidad y ejecutar dentro de su nomina todas las actividades necesarias para obtener éxito en su gestión, pero ese modelo siempre se consideró como algo transitorio.
Cuando en 1960 llegué a la refinería de la Shell en Cardón como jefe de relaciones industriales, me sorprendí al observar que bajo mis responsabilidades estaban la panadería y el cine. Cardón era una comunidad cerrada que sólo entonces se atrevió a copiar lo que ya se estaba desarrollando en los campos de la misma empresa en el Zulia: la integración con la comunidad. Allí las casas se le vendieron a los empleados y paulatinamente los servicios fueron entregados a terceros y diversos aspectos de la explotación petrolera se le contrataron a grupos empresariales de la zona quienes a pulso y con grandes esfuerzos crearon una infraestructura externa que no sólo atendía a la industria petrolera sino a otras actividades que se habían desarrollado en la zona. Hoy hay empresas como ZyP y Terminales Maracaibo, entre muchas, que ya existían hace más de 50 años cuando di mis primeros pasos en la industria petrolera. Sus propietarios, gerentes y trabajadores no se merecen la brutal confiscación que le ha impuesto el régimen, ni las descalificaciones que se le han hecho por boca presidencial. Sobretodo cuando es público y notorio que la verdadera razón para esa acción no fue la de mejorar el servicio prestado ni aumentar la productividad ni reducir los costos operativos (el todero en el que se ha convertido PDVSA, no puede ser más eficiente que la pequeña empresa especializada). Todo fue para demorar aún más los pagos que PDVSA tiene pendientes con estas empresas por trabajos ya ejecutados. Además, PDVSA no posee una infraestructura organizacional que le permita administrar eficientemente las nuevas responsabilidades que ha adquirido en virtud de un increíble “salto atrás” gerencial.
Desde mi bagaje de muchos recuerdos amables y amistades permanentes que establecí con el personal de estas empresas en los diversos campos petroleros, donde trabajé por casi 40 años, me solidarizo con los numerosos pioneros y sus descendientes que con gran esfuerzo, dedicación e inversión crearon empresas eficientes que hoy desaparecen bajo la bota militar de un régimen destructivo.