LA CORRUPCIÓN
Robert Mabro decía que toda
sociedad tiene un margen de corrupción “tolerable”. Cuando ese equilibrio se
rompe las sociedades pueden colapsar. El caso típico es el de Sha de Irán que
violó el acuerdo entre el Bazar y la religión. Por su parte, Moisés Naim hace
años escribió un controversial artículo en el cual alegaba que, en algunos
países, la lucha contra la corrupción había perjudicado su desarrollo. Esta
aseveración fue criticada por muchos que no entendieron que lo que Naim alegaba
era que los múltiples problemas de las sociedades no se deben a una sola causa
y que la corrupción ha sido el villano conveniente en muchos casos.
En Venezuela siempre ha habido
corrupción pero jamás se había “democratizado” como ahora. Antes robaban los
caudillos y algunos de sus ministros pero ahora se roba más por 3 razones. Una,
porque el pote de lo disponible es mucho mayor que antes. Dos, porque los grandes
ladrones están dentro de todas las instituciones y se cubren entre ellos y tres
porque, como alguna vez dijo Gonzalo Barrios, “no hay razones para no robar”,
excepto, por supuesto, por honestidad, por moral pública y por el
reconocimiento de la diferencia entre lo público (lo de todos) y lo privado (lo
mío). Se han creado grandes fortunas porque sus dueños pensaron que podían
apoderarse de lo público para repartirlo entre pocos en términos relativos pero
entre muchos en términos absolutos.
No puede ser exitoso y feliz
un país, como Venezuela, donde conviven la corrupción, la ignorancia
administrativa, la deshonestidad intelectual y la impunidad. Lo peor del
régimen fue corromper a la ciudadanía para que presenciara indiferente como se
pudren alimentos que pudieran llenar los anaqueles hoy vacíos y como se roban
los dólares que se le niegan al sector productivo del país. Los sobreprecios en
los pocos proyectos que se inician y que nunca se concluyen. El escándalo del
sector eléctrico, la destrucción de PDVSA y las empresas de Guayana. Pero esa
abulia popular que hasta hace poco aceptó mansamente los desmanes del régimen se
acabó. Los robos del oficialismo ya no pueden esconderse detrás de sus mentiras.
En Venezuela lo único que sobra son los discursos.
LA TORTURA
Héctor Mújica dijo alguna vez
que después de la tortura no se cree en nada ni en nadie. Pero hay algo peor.
El uso y abuso de la tortura como instrumento de convicción puede producir, en
los que la sufren, efectos sorprendentes. Son conocidas las horribles torturas
que infligieron algunos oficiales que habían sido torturados cuando militaban
en la resistencia francesa. No fue un acto de venganza contra sus torturadores.
Fue contra periodistas que escribieron algo con lo que los antiguos sufridos no
estaban de acuerdo. Pasaron de víctimas a victimarios. Les decían a sus
torturados: somos como los nazis. Te vamos a matar. No hay explicación racional
para justificar lo aquí narrado excepto que el torturado, ahora torturador, se
haya convencido, por experiencia propia, que podía imponer, sin argumentos el
miedo que desata la tortura. Pero nadie se llame a engaño, cuando la tortura se
colectiviza, son demasiados las víctimas y sus dolientes que algún día serán
libres para enjuiciar a los ejecutores del régimen torturador.
Por eso, esta política, que
parece estar imponiéndose en el país, de torturar a los jóvenes que protestan
no puede resultar sino en la violencia como reacción.
Hablar de paz en una sociedad
acosada por las indignidades que sufren los torturados y negociar con sus verdugos
no es una opción porque la percepción ciudadana será que, de no aceptar lo
propuesto por el régimen, los van a torturar para lograr un falso acuerdo.
El régimen está cavando su
propia tumba bajo el dolor de muchos. Deberían recordar a los franceses y
temerle a un futuro donde pueden ser las víctimas: No por un acto de venganza
sino porque los antiguos mártires puedan estar convencidos de que la tortura es
el mejor instrumento para imponer sus ideas.
Dios nos libre de vivir en esa
sociedad.