jueves, 29 de mayo de 2014

NO HAY QUE ACOSTUMBRARSE

Se entiende que en países como la Cuba actual después de 50 años de represión, intolerancia, confiscación de todo lo privado y “escasez” con tarjeta de racionamiento, cualquier gesto del régimen que aparezca como una apertura hacia algo diferente sea aceptado con alegría. Como por ejemplo, “permitir” algunas actividades comerciales de sus ciudadanos y con, algunas restricciones, darle el derecho de propiedad de sus viviendas. Algo que para la Cuba pre-revolución era lo más natural del mundo. En todo caso, lo que sorprende es que una sociedad cubana como la de antes se adaptó al nuevo régimen. La perla de las Antillas, sitio preferido de turistas e inversionistas. De una clase media culta y educada, que al emigrar fue fuente de desarrollo y crecimiento de otras latitudes.
El caso Venezuela es otro. Veníamos de 40 años de democracia y libertad cuando llegó al poder este régimen. Poco a poco se han ido entregando principios inalienables que eran el sustento de nuestra sociedad democrática. Aprobamos una nueva Carta Magna incumplible y como tal nos acostumbramos a sus violaciones. Nos confiscaron propiedades del agro y del sector urbano y lo aceptamos. Con el barril de petróleo a %100 y hasta más, aceptamos que se regalara nuestro dinero a países, unos maulas, otros de condición económica precaria para captar su apoyo en esferas internacionales y su silencio cómplice. Los culpables somos todos. Unos por entrarle a sangre y fuego, “rodilla en tierra”, al tesoro nacional y otros por acostumbrase a que le violen a diario sus derechos, a que los insulten, los priven, sin razones, de su libertad, les impidan el derecho a protestar pacíficamente, que les provoquen escasez de alimentos básicos, de medicinas, de atención adecuada en los hospitales públicos y hasta en las clínicas privadas. Que condene al sector más pobre del país a permanecer en esa condición al eliminar fuentes de trabajo y despilfarrar y robarse los dineros que financiaban subsidios que, por su naturaleza, no podían ser sino temporales. Vaciada la caja lo que queda es escasez, hambre, enfermedades y pérdida de calidad de vida.
No es posible ni aceptable que una sociedad como la nuestra que tenía una clase media fuerte con una calidad de vida que era la envidia de otras naciones, acepte esta situación. El problema era que al lado del desarrollo urbano y de la modernidad visible había un elevado porcentaje de pobreza. El cambio era necesario y por eso un militar que le dijo a los excluidos del sistema lo que necesitan oír llegó a la presidencia de la República. Lástima que no aprovechó la coyuntura favorable que le deparó el destino: altos precios del petróleo y apoyo popular irrestricto. El reto era lograr un desarrollo económico con inclusión del sector más pobre. Para ello se requería una política que logrará que todos los venezolanos se sumarán a un mismo esfuerzo. Por el contrario, el régimen creó una nueva exclusión, precisamente la del sector productivo nacional. Paulatinamente tomó cuerpo el objetivo de destrucción nacional que ya triunfante ha cambiado hasta los temas de conversación que antes llenaban nuestra vida social. Comentábamos una película, una obra de teatro, el desempeño de un Omar Vizquel en las grandes ligas, el mundial de futbol, la última novela de nuestro autor favorito, las amas de casa se intercambiaban recetas culinarias, los restaurantes de Caracas tenían fama continental. Los precios del petróleo subían y bajaban, los gobiernos cambiaban y como reza el dicho “éramos felices y no lo sabíamos”. Hoy el tema de conversación es dónde se consigue azúcar, harina y otros y este cambio cultural, nos parece normal. Nos alegramos cuando después de mucho trajín conseguimos la medicina o el alimento que antes estaba a nuestra disposición en cualquier establecimiento.
Nos estamos acostumbrando a un nivel de vida que no lo merecemos. Si seguimos esperando por una solución mágica terminaremos como en Cuba. Ya tenemos una generación que no ha conocido otra cosa que el chavismo. Si ésta toma el poder no tendremos ni memoria de lo que una vez fuimos.
quiroscorradi@gmail.com 




jueves, 22 de mayo de 2014

RAMÓN CORNIELES

Entre mediados de los años 70 y 80 del siglo pasado, Ramón Cornieles fue fuente inagotable de cuentos y anécdotas que había leído en alguna parte y que luego nos comentaba. Después lo convertí en artículos que publicaba El Nacional.
De esas conversaciones con Cornieles, surgieron dos artículos que más que cualquier currículo detallado destacan las dos virtudes que le han permitido, a sus 90 años, recién cumplidos exhibir una hoja de vida en la industria petrolera y en la petroquímica que permiten incluirlo entre los mejores gerentes petroleros de nuestra historia. Todavía sus notas en internet, sus consejos y su visión sobre el futuro y pasado de la industria petrolera, son referencias obligadas.
Su primera virtud es el optimismo que lo lleva a pensar que los más difíciles problemas pueden solucionarse. A veces es cuestión de tiempo, paciencia y saber “leer” los diferentes escenarios o alternativas que pueden llevar a su solución. Esta virtud puede ilustrarse en un cuento que alguna vez nos comentó y que reflejamos en un artículo que escribí titulado “El caballo volador”. Dos prisioneros en la antigua Persia habían sido condenados a muerte. Uno de los dos se comportaba como si estuviera feliz ante su inminente muerte. El otro prisionero le preguntó ¿tú no estás preocupado por tu situación? No, le contestó el otro, el Sultán tiene un caballo por el cual siente un especial afecto. El caso es que le he prometido al Sultán que en 2 años puedo enseñar a volar a su caballo y él me ha concedido la libertad si tengo éxito en la tarea. Pero ¿tú estás loco?, exclamó su compañero. ¿Cómo vas a enseñar un caballo a volar? Oye bien, respondió el primero, en estos 2 años se puede morir el Sultán. Se puede morir el caballo. Me puedo morir yo y si nada de esto sucede, quién quita que yo pueda enseñar a volar al caballo.
La conclusión es que lo único que no tiene solución es la muerte. Seguramente el prisionero aplicó en la práctica el viejo dicho “todos queremos ir al cielo pero no todavía”.
La segunda anécdota resalta otra virtud y es que no necesariamente hay que creer que la opinión de la mayoría tenga la razón, por muy certificada que esté. El artículo que resultó de esa aseveración fue “El cigarrón no puede volar”. Todos los animales del planeta se reunieron para establecer lo que cada uno de ellos podía hacer con su estructura física. Así algunos podrían correr a gran velocidad. Otros podían subsistir dentro de ríos y océanos. Otros podían volar. Hecho un análisis complejo de la composición química y morfológica el conclave concluyó que “El Cigarrón no podía volar”. Pero vuela. Los juicios colectivos por muy educados que sean pueden llegar a conclusiones erróneas y cada individualidad tiene capacidades que muchos no ven, como tampoco ven los desastres ecológicos que produce el abandono y la incultura. Algo que reflejamos hace poco en el artículo “El General no ve el gamelote”
Ramón siempre observó la diferencia entre el cuido y el abandono. Fue y es un abanderado del mantenimiento efectivo de lo que se tiene. Lector voraz, está al día con los nuevos descubrimientos, no solo en lo relacionado con la industria petrolera, sino con otras múltiples disciplinas.
Con el tiempo Cornieles se convirtió en una rara especie: el gerente-humanista. Demostró con el ejemplo que no hay incompatibilidad en saber mandar y saber obedecer y entender cómo se siente un jefe o un subordinado. Por eso, a sus 90 años ha recibido numerosos reconocimientos de sus compañeros de trabajo y de muchos para quienes es solo una referencia.
Lo único que lamento al celebrar sus éxitos es que será muy difícil que, dentro de la industria petrolera actual, corrupta e irresponsable, surja desde abajo otro Ramón Cornieles. Más que difícil sería un milagro porque un entorno negativo, por lo general, atenta contra toda capacidad de desarrollo intelectual.

 quiroscorradi@gmail.com









martes, 13 de mayo de 2014

LA GEOMETRÍA DEL PODER

Un sistema político es como una figura geométrica dentro de la cual están las leyes, las instituciones, los recursos naturales, la industria, la infraestructura física y el gobierno que administra todo lo anterior para beneficio de su contenido más importante: los ciudadanos.
Cuando el modelo geométrico es flexible puede, sin cambiar de forma, reacomodar a lo que contiene para un mejor resultado. Hay sin embargo modelos geométricos que tienen que cambiar de forma, de lo contrario su contenido no se puede modificar hacia lo positivo. La geometría política de nuestro país no puede cambiar las interacciones de sus actores internos si no se cambia el modelo. Analicemos un solo ejemplo. Dentro de nuestra figura geométrica sólo en el ámbito económico interactúan 4 elementos críticos. La ley del Trabajo. La Ley de Precios Justos. El  control de cambio y el control de precios. El resultado ha sido catastrófico. Una enorme corrupción y en general un retraso en la calidad de vida de todos los que sufren dentro de este modelo.
El régimen dice querer enrumbar al país hacia la justicia social, el desarrollo y la modernidad maquillando a las partes del modelo pero sin cambiar a la geometría del mismo. ¡No se puede!
Analicemos los ingredientes.
La Ley del Trabajo. Una ley que pretende ayudar al trabajador y, se supone, permitir el crecimiento y el desarrollo del país. Sus resultados han sido un aumento del ausentismo laboral y una disminución de la productividad. Incumplimiento de la misma por un importante sector del país, siendo el mayor violador el Estado que ignora sus disposiciones, entre otras, la libertad sindical, la contratación colectiva, la inamovilidad laboral y muchos otros beneficios sociales que ella establece.
La Ley de Precios Justos. Es una ley que pretende regular las ganancias de los actores de la economía que le da derecho al gobierno a confiscar y a multar empresas a discreción de sus inspectores. Que intenta tener una fórmula para cuantificar costos en forma permanente en una economía cambiante por las devaluaciones constantes de la moneda, la escasez de divisas y la falta de producción interna.
Control de Precios. Se ha demostrado a lo largo de los años que el resultado es inflación, desabastecimiento y corrupción.
Control de cambio. Otro fiasco como el anterior con idénticos resultados negativos.
Lo que el régimen no ha entendido es que para que la economía crezca se requiere más incentivos y menos controles. Además, por lo general, el costo del control es mayor que el costo de lo controlado.
En resumen, tenemos una Ley del Trabajo y otra de Precios Justos, incumplibles que desestimulan la inversión. Dos controles (precios y cambio) que han enriquecido a una minoría y empobrecido a la sociedad. Pero la consecuencia más nefasta ha sido crear una ciudadanía que no cree en el trabajo. Que tiene dinero pero no crea riqueza. Que ha desarrollado una clase social corrupta que se lleva el dinero mal habido a otra parte. El objetivo hoy de la mayoría de nuestros jóvenes profesionales es multiplicar el dinero, a través de comisiones, sobreprecios, diferencias cambiarias y malabarismos financieros. Ni siquiera se ha reinvertido lo necesario en la industria petrolera para que siga produciendo dinero. Continúa en Venezuela la confusión entre dinero y riqueza. Los últimos 15 años han debido demostrarnos, más allá de toda duda, que Venezuela es, y ha sido, un país con dinero pero no un país con riqueza.
Ahora, no hay ni el dinero suficiente para seguir financiando la ineficiencia y el gobierno pide ayuda a las instituciones que el mismo destruyó. Como el oficialismo está empeñado en la cuadratura del “círculo”, utilizando la regla y el cuadrante, su fracaso y su caída será inevitable.
Los que todavía creen en el régimen deberían leer un letrero en la entrada del túnel que lleva a “La Trinidad”. Dice así: “¿Si el gobierno lo controla todo, por qué todo está mal?” Si reacomodamos las palabras tendremos la respuesta: “Todo está mal, porque el gobierno lo controla todo”.

 quiroscorradi@gmail.com


martes, 6 de mayo de 2014

SI TODOS FUERAMOS FRANKENSTEIN

Las neurociencias han descubierto nuevas funciones del cerebro y la relación que tiene este órgano con el comportamiento del hombre. Esto, con los avances de la genética, el conocimiento del genoma humano, la biología molecular y otros descubrimientos han llevado a especulaciones sobre el futuro de la especie humana y hasta la posible creación de un nuevo hombre (transhumanismo) Todo lo cual requiere de una nueva ética que impida que la ciencia se desboque sin una regulación moral. De allí nace la neuroética que puede considerarse como parte de la bioética o una disciplina nueva dada las enormes consecuencias que para el ser humano puede tener el desarrollo de las neurociencias. Desde la cura de enfermedades hoy intratables hasta el perfeccionamiento de habilidades humanas, sin descartar ciertas manipulaciones genéticas que pudieran “crear” aptitudes y hasta influir en el libre albedrío que tanto celebramos hoy.
Imaginemos solamente que no somos responsables por nuestras acciones porque el cerebro está ocupado por un Yo inmaterial que controla nuestras neuronas. Toda nuestra estructura legal podría desmoronarse si fuera cierto lo que insinuaban nuestras abuelas cuando intentaban justificar una “mala” conducta con la excusa de “pobrecito, no sabe lo que hace”.
La neuroética se originó en un congreso organizado por la Fundación Dana en 2002. De acuerdo con la filósofa española Adela Cortina se ha llegado, en ocasiones, a la convicción de que la neuroética será al siglo XXI lo que la genética fue al Siglo XX: “El gran reto que la ciencia plantea a la ética”.
William Safire, citado por Cortina, alega que la neuroética se remonta a la creación literaria de Frankenstein por Mary Shelley. La novela pretende crear a un nuevo hombre tomando y seleccionado las mejores partes de diversos cadáveres, a las cuales una vez “armadas” se le da vida. El experimento tuvo varios problemas. Entre ellos, la dificultad de “transferir” a un nuevo cuerpo órganos pequeños del ser humano. Esto obligó al Dr. Víctor Frankenstein a aumentar la escala y crear un ser de enorme estatura con múltiples defectos. En resumen, un monstruo que ha sido analizado profusamente. ¿Cuál fue la intención de la autora? ¿No puede jugarse a ser Dios? ¿El hombre ya es perfecto y cualquier intento de acelerar su evolución natural resultaría en el monstruo del Dr. Frankenstein?  Recordemos que la obra fue escrita en 1816 y que la autora había leído a Erasmo Darwin, que especuló sobre la vida artificial.
La ciencia ficción se ha dado un banquete especulando hasta dónde puede llegar la nueva ciencia en el desarrollo de un nuevo hombre. Recordamos un relato en el cual a los niños se les introducía una especie de “chip” en el cerebro que contenía todo el conocimiento a la fecha. Eso, planteaba un dilema. Si todos sabemos lo mismo ¿cómo se pasa de ese nivel de conocimiento a otro más elevado? La respuesta del autor era que había un reducido grupo de personas cuyo cerebro sería más creativo que todo lo que le aportaba el “chip” y podría diseñar otro “chip” más avanzado. El conocimiento nunca sería estático y siempre habría nuevas personas que rebasarían los límites del saber en cualquier momento dado.
Frankenstein según Adela Cortina, se venga de su creador asesinando a su esposa porque no podía vivir en un mundo donde era único sin tener a nadie con quien compartir vida y destino. El humano es un ser social y el monstruo heredó la necesidad de vivir entre iguales.
La otra cara de la moneda es que todos seamos Frankenstein. Que el “chip” del relato aquí mencionado nos haga a todos idénticos. Que el sueño nefasto del pensamiento único se convierta en realidad. Algo que los gobiernos totalitarios anhelan porque no han entendido lo que sería un mundo poblado por poseedores de cerebros con un mismo “chip”.
Al final, todos aunque en compañía, sentiríamos la misma soledad del monstruo de Frankenstein.

quiroscorradi@gmail.com

sábado, 3 de mayo de 2014

DIALOGO EN BABEL

 
Este será el último artículo que escribiré sobre el “diálogo” hasta que aparezcan resultados concretos que se puedan analizar o hasta que alguien se levante de la mesa, harto de la falta de soluciones a los gravísimos problemas que afectan al país.
No estamos de acuerdo con que la MUD se haya sentado a dialogar con el régimen porque la legitimidad del gobierno está en entredicho. La representatividad de ambas partes es limitada. El ventajismo del gobierno es enorme. No se puede confiar en que se cumplan los acuerdos. Es más, el oficialismo se ha cansado de“aclarar” que estas conversaciones no son una negociación, que la política oficial no cambiará, que el socialismo del Siglo XXI se implantará aun más y que el Plan de la Patria de Chávez es poco menos que intocable. Si esto es así, entonces las únicas consecuencias que pueden derivarse de este“diálogo” son algunas pequeñas e inútiles mejoras en la burocracia del sistema con la ayuda de lo que queda del sector privado. Conclusión: todos debemos remar en el barco que nos dejó el difunto. El problema es que el barco hace agua por todas partes y no importa cuántos parches le pongamos, se va a hundir.
A pesar de cierta euforia que causó la primera reunión porque le dijimos, en cadena, muchas verdades al oficialismo allí presente, lo cierto es que un análisis más pausado de este evento no da pie para el optimismo. Veamos. La reunión no fue celebrada en terreno neutral. Maduro habló mucho más del tiempo que se le concedió a los otros participantes. El moderador fue el vicepresidente ejecutivo que se cansó de hacer comentarios impropios cada vez que intervenía algún representante de la oposición. Nadie reclamó ese despropósito. El jefe de los “colectivos” estaba presente lo cual confirma que los civiles armados son promovidos por el gobierno. Maduro, al final, tuvo grandes dificultades en su discurso para mantener la apariencia de equilibrio. En otras reuniones, después de celebrarlas en privado, Maduro se aparece en público y en cadena de radio y televisión e interroga a sus partidarios sobre los resultados o aprovecha la ocasión para reiterar que este diálogo no es una negociación. El colmo del abuso fue cuando, en una ocasión, ante un grupo de empresarios los “tranquilizó” diciéndoles que marcharíamos juntos empujados por la Ley de Precios Justos. Un mamotreto que Fedecámaras ha impugnado ante el TSJ. En otra ocasión acudió al 23 de enero y oyó la versión de un ciudadano oficialista sobre una visita de Ramón Guillermo Aveledo. El orador recordó los “crímenes” del comisario Simonovis, se opuso a cualquier acto de amnistía, “no por venganza sino por justicia”. O sea, que Maduro remata en público las reuniones que se celebran en privado dándole el sesgo que le conviene al régimen. Entonces, nos preguntamos, si Maduro ha dejado bien claro que este diálogo no es para cambiar el modelo socialista del siglo XXI. Si se convocó elecciones, inmediatamente, para reemplazar a alcaldes destituidos sin fórmula de juicio. Si se obliga a quienes quieran manifestar en la calle, a solicitar permiso previo a las autoridades locales. Si se tortura a los jóvenes estudiantes presos. Si se ideologiza a la educación como es inevitable que lo haga un gobierno de las características del que nos oprime hoy. Ya lo dijimos en el 2002, es imposible que coexista un sistema educativo libre y abierto con un régimen totalitario. Tampoco puede mantenerse una economía de mercado sin eliminar el control de divisas y el control de precios. No habrá gobierno descentralizado ni sector privado fuerte. De manera que, realmente, no hay nada que negociar. Lo que hay y habrá es un diálogo donde nos hablamos pero no nos entendemos. El régimen cree que puede salvar a la economía sin quitarle la chaqueta de fuerza ideológica que él mismo le impuso. ¡No se puede! Lamentablemente este diálogo es entre quienes hablan idiomas diferentes, sin traducción simultánea