Había una vez en Venezuela una Comisión Tripartita recordada con nostalgia, conformada por el gobierno, el empresariado y el sector laboral. Allí, en una mesa de discusión respetuosa, se resolvieron muchos de los problemas que surgieron entre el capital y el trabajo.
Este régimen no convocó a esa Comisión y ha negado toda posibilidad de ser el árbitro entre las partes. Peor aún, se ha dedicado a destruir tanto al sector privado empresarial como a los organismos sindicales.
Lo trágico del problema es que se rompió también el diálogo entre el capital y el trabajo. Cada sector está ocupado en sobrevivir mientras ahora tienen como adversario común al árbitro de antaño.
En el pasado la lucha entre el capital y el trabajo era para que cada parte obtuviera de la otra el mayor beneficio posible. Para evitar que el más fuerte impusiera “a juro” su voluntad, el árbitro (gobierno) velaba porque las partes actuaran dentro de un entorno lo más equilibrado posible. Lo que ninguna de las partes perseguía era la extinción de la otra. Por eso se podía negociar.
Nadie en su sano juicio se sienta en una mesa a pactar su defunción. Por eso en los países en transición hacia el comunismo no sobrevive la contratación colectiva. El engañoso objetivo de los trabajadores es obtener la propiedad de los medios de producción. Pero quien los confisca es el Estado. No hay, pues, negociación posible. Ni entre el sector privado en extinción, y los sindicatos ni entre el Estado y los trabajadores, ya despojados de sus organizaciones tradicionales. Por eso, en Venezuela no podrá existir otra Comisión Tripartita mientras este régimen permanezca en el poder. Todo intento de diálogo está no sólo condenado al fracaso sino, peor aún, será respondido por el gobierno con un argumento ideológico trasnochado, expresado de manera vulgar y ofensiva.
Tanto el capital como el trabajo tienen que buscar una nueva alianza y superar sus diferencias tradicionales. Hay que crear una Bipartita con representantes frescos y un árbitro nombrado por las partes. Desnudos de las intransigencias del pasado, reconociendo que lo más importante para todos es sobrevivir. De lo contrario no habrá ni propiedad que defender ni negociación colectiva ni institucionalidad democrática.
La única opción posible para las partes es la Mesa Bipartita. Pero, si dentro de los dos sectores en peligro de extinción, todavía hay actores que creen que pueden sobrevivir sin un frente común, entonces estarán condenados a morir. ¡Tan sencillo como eso!
Las partes tienen que aprovechar la Mesa Bipartita no sólo para enfrentarse a los esfuerzos del régimen para destruirlos sino también para empezar a diseñar un nuevo modelo de relación capital/trabajo. El patrono debe desarrollar una nueva ética para humanizar su rol en la sociedad y, de una buena vez, aceptar el derecho individual del hombre al trabajo (estabilidad arbitrada). Los sindicatos deben evolucionar hacia un nuevo clima más amable y productivo dentro de las empresas y contribuir a construir modelos de desarrollo organizacional actualizados. Tienen que entender que en las sociedades modernas no existen luchas de clases. El gerente es también un trabajador y puede ser gremialista y el trabajador invierte sus ahorros en acciones de las empresas, lo cual lo convierte en accionista, sin perder ninguno de ellos ni su identidad ni sus objetivos.
¡Se puede!
PD: Si los patronos y los sindicatos se hubiesen puesto de acuerdo para defender a las pequeñas empresas del Sur del Lago, se le hubiese hecho muy difícil a PDVSA confiscarlas.