domingo, 31 de enero de 2010

DESCALIFICACIONES

Se han puesto de moda dos tipos de críticas a la oposición democrática. Una tiene que ver con la percepción de que nuestros líderes demócratas trabajan y actúan exclusivamente en función de sus intereses personales. Quieren ser presidente de la república o diputados a la Asamblea Nacional o concejales o gobernadores o alcaldes, o en un nuevo gobierno, funcionarios públicos.
Aceptemos, como elemento para la discusión, que esas percepciones sean por lo menos discutibles. ¿Y qué? ¿O es que un líder político no debe tener ambiciones de poder? ¿Cuál es entonces su rol? ¿Trabajar para que sean sus críticos los que figuren en el mapa político? ¡Por favor! Es más, la cosa es al revés. Político que no tenga ambiciones de obtener una posición destacada en su país no tendrá la fuerza para imponer los grandes cambios que requiere la sociedad. ¿Desde dónde dará la batalla? Cierto es que algunos ciudadanos pueden cooperar con los procesos de cambio sin ambiciones políticas. Ellos usarían diferentes estrategias dentro de su muy especial posición. Pero los políticos tienen que administrar las ambiciones propias de su oficio y, entre ellas, la de llegar a posiciones de poder es una de las más motivadoras. Contrario a lo que los descalificadores de oficio piensan, las motivaciones personales de los políticos, por lo general, coinciden con los intereses de la nación. Me refiero a los políticos demócratas y no a los que, como Chávez, persiguen el poder por el poder mismo, lo que es antipolítico.
Otros que descalifican a la oposición son aquellos que la acusan de blandengue, ingenua y de pretender enfrentarse a un régimen totalitario con las armas de la democracia. Los argumentos son que no vivimos en un estado de derecho y por lo tanto, la lucha tiene que ser por otros medios. Que no es posible que se acepte casi con resignación las tropelías del CNE y se piense que podemos derrotar electoralmente a un régimen que se reserva todas las ventajas. De nuevo, aceptemos como respetable esta posición. Dígannos, entonces, cuál sería para ellos, la mejor estrategia para derrotar al régimen. Para mí, si el camino electoral no sirve, estas son las opciones.
1. Abstenerse de ir a votar. Ya probó su fracaso. 2. Resistencia pasiva. No somos Gandhi. 3. Rebelión, protestas continuas, huelgas. Desenmascarar la ineficiencia y la corrupción del régimen. Hasta cierto punto esto ya se hace lo cual no impide acudir a elecciones. 4. Crear un frente democrático amplio, ejercer presión y pedirle la renuncia a Chávez. Como no acatará regresaremos a la opción electoral. 5. Conspirar para estimular un golpe militar. Si los ciudadanos a los que nos referimos creen en esa alternativa, que conspiren ellos. Muchos de nosotros todavía creemos en la salida constitucional.
En el 2010, la oposición ha denunciado el ventajismo del régimen por las últimas decisiones del CNE. Pero, a la vez, muchos de sus voceros han dicho que no hay que lamentarse por las acciones del régimen. Lo que hay que hacer es radicalizar la protesta y consolidar la unidad para derrotar electoralmente a Chávez. En todo caso, si lo mejor es votar, entonces se debe intentar que acuda a los comicios el mayor número posible de electores. Para ello hay que motivarlos positivamente y no es con descalificaciones de sus líderes ni con lamentaciones por los abusos del régimen como se logra que acuda una gran mayoría a votar.
En el 2010 todo lo que contribuya a derrotar al régimen se debe hacer y todo lo que contribuya a debilitar a la oposición se debe evitar.
¡Tan sencillo como eso!