Acabo de leer la historia del acorazado Potemkin (Motín Rojo. Neal Bascomb) y no puedo dejar de pensar en la Venezuela represiva de hoy. Más allá de lo anecdótico de la toma del acorazado por los marineros, el asesinato de su capitán y el envío a tierra de sus oficiales está el descontento de las clases medias y bajas con el gobierno del Zar Nicolás II. El pueblo estaba sufriendo de desempleo, desabastecimiento y represión. Además en el año (1905) de los acontecimientos narrados, Rusia estaba en guerra con Japón y gran parte de los recursos del Estado que hubieran servido para mejorar las condiciones de la ciudadanía estaban dedicados a ese conflicto.
La historia del Potemkin, se registra como el primer intento serio de organizar una protesta masiva contra el Zar. Los marineros y su líder, Matiushenko, tomaron el Potemkin pero ese no era el único objetivo. El plan era, también, conseguir que la flota rusa que estaba en el Mar Negro se insubordinara. Luego atacarían a varias ciudades y estimularían la rebelión ciudadana. Sin embargo, sólo un buque se sumó al esfuerzo, pero los abandonó a los pocos días y los líderes del Potemkin decidieron no bombardear a Odessa, donde ancló en espera de una rebelión que no llegó.
A los marineros del Potemkin, los habitantes de algunas ciudades los apoyaron, tenían como meta obligar al Zar a decretar medidas que favorecieran al pueblo, terminara la represión y se obtuviera una representación popular en la Duna. Al final, por la falta de apoyo de la flota rusa, el Potemkin ancló y se entregó en Constanza (Rumania) y gran parte de su tripulación pudo escapar del castigo inevitable debido al asilo que le concedieron las autoridades rumanas. No así su líder Matiushenko, que había regresado clandestinamente a Rusia, fue apresado por las autoridades y condenado a muerte. El 19 de octubre de 1905 fue ahorcado.
Lo pertinente para nosotros del motín del Potemkin y las huelgas y protestas que lo siguieron hasta lograr el derrocamiento del Zar en 1917, es que una vez instalada la revolución ignoró a los líderes, aún vivos, del Potemkin y poco tiempo después estableció un régimen de persecuciones a quienes pensaban diferente, una represión que hizo purgas, a veces, indiscriminadamente y la imposición de un estado de terror. De la revolución rusa que comenzó con la toma del Potemkin quedó muy poco alivio para el pueblo. Varios de los líderes de la insurrección abandonaron Rusia, probablemente arrepentidos, de que su gesta lo que había logrado era cambiar una autocracia por otra. Con la sola diferencia de que ahora el régimen cometía todas sus tropelías en nombre del pueblo.
Algunas revoluciones terminan con gobiernos peores que los que sustituyen y hasta más fuertes. En efecto, al pueblo le tomó 12 años destituir al Zar (1905-1917), mientras que el régimen comunista de la Unión Soviética, duró 74 años. A veces, es más difícil librarse de un gobierno que nace de una revolución, cuando atenta contra los derechos humanos, que destronar a un monarca autócrata.
Si alguien ve algún paralelismo con lo que sucedió en Rusia y nuestra Venezuela de hoy…tiene razón.
PD: Unas cortas líneas para solidarizarme totalmente con Oswaldo Álvarez Paz, Guillermo Zuloaga y Wilmer Azuaje. Sus procesos judiciales, y la de muchos otros, nos recuerdan como algunas revoluciones se deterioran, violan sus principios y se aferran al poder. Una manera de luchar contra “eso” es nunca olvidar a los presos del régimen. Hasta ahora, muchos han quedado aislados e indefensos. Eso no puede seguir así.
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