domingo, 6 de marzo de 2011

MALAS PALABRAS II

A las malas palabras para el oficialismo: Fedecámaras, meritocracia, privado, mencionadas en mi artículo pasado debo añadir hoy las más importantes: capitalismo y competitividad.
Detrás del desprecio por las palabras se esconde una tremenda ignorancia sobre lo que en el siglo XXI esas palabras representan. En efecto el capitalismo vapuleado y el socialismo amado ya no son dos caras opuestas de una misma moneda. En los países exitosos ni el capitalismo es “salvaje” ni el socialismo es “progresista”. En el mundo de hoy, así como han desaparecido la derecha y la izquierda como definiciones de una posición política y los defectos y virtudes que se le atribuían ayer, se han fusionado para reflejar lo mejor de las viejas diferencias, así la nueva estrategia del mundo desarrollado ha aceptado al capitalismo como modelo económico acompañado del socialismo como modelo social. No es tampoco novedoso. Los países nórdicos (Suecia, Noruega, Dinamarca) tienen años en eso. Hoy las naciones autodenominadas socialistas tienen una economía capitalista que favorece a la inversión, estimula al sector privado, favorece la competencia y, a la vez, desarrolla programas sociales para toda la población. Combate exitosamente la pobreza y la exclusión. Rompe con los viejos esquemas educativos promoviendo la creatividad y utilizando los modernos instrumentos comunicacionales. Otro aspecto importante de este modelo es que parece ser exitoso bajo sistemas políticos diversos. Brasil y Chile en democracia, aunque en este último el cambio empezó, duele decirlo, con Pinochet. En China el comunismo como expresión política se fusionó con un modelo económico capitalista. Algo que los viejos camaradas de la Unión Soviética jamás hubiesen aceptado como posible. Pensamos que el nuevo modelo requiere de la democracia para florecer. Por eso aspiramos a que en la medida en que los gobiernos absolutistas vayan satisfaciendo las necesidades primarias de sus ciudadanos y eliminen la pobreza y la exclusión, los pueblos exigirán entonces vivir bajo valores superiores como libertad y reclamarán formas de gobiernos menos autoritarios (China es el plan piloto).
Si los dirigentes del oficialismo se tomaran la molestia de observar al mundo que los rodea en lugar de mirarse el ombligo en total introspección, verían que en el planeta no hay ni una sola sociedad que haya entrado a la modernidad, bajo un modelo comunista, que así es que hay que llamar al caprichoso sistema que tenemos hoy. Lo que ya las sociedades desarrolladas han entendido es que lo que verdaderamente crea desarrollo es inversión, gobierno y sector privado unidos, competitividad y educación moderna. Ya las materias primas y el Estado como protagonista exclusivo del acto económico han perdido vigencia. Quedaron enterrados en el fracaso de la Unión Soviética, Corea del Norte, Cuba y los 12 últimos años en Venezuela. Solo que aquí el oficialismo no lo ve y a la oposición le pesan más de 50 años de estatismo que estuvieron acompañados de un lenguaje descalificador de lo privado, de los empresarios y de la competencia. La educación reflejó esas negatividades y nos dejo tan castigados que hoy, todavía, nos da pena asumirlos.
Por eso Chávez ha podido defender lo indefendible. Lo hemos dejado solo con sus mentiras. Y tan fácil que sería refutarlo si no tuviésemos miedo a identificarnos públicamente con las palabras devaluadas, las rescatáramos y las pusiéramos a circular entre la población anticipándonos a un nuevo gobierno que tendrá que usarlas profusamente.